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Pablo Mora
Epístola a Manuel Felipe Rugeles
I 
Manuel Felipe, hermano de la harina, 
permanente juglar de nuestra aldea, 
testigo fiel de toda la odisea 
de esta sufrida tierra campesina. 
Manuel Felipe, acaso la neblina 
-tu dulce amante-   solamente sea 
tenue sombra que apenas señorea 
en este valle de tristeza andina. 
Manuel Felipe, en lumbres jornalero, 
apenas si se ven las mariposas, 
apenas si se siente el ventisquero. 
El oculto presagio de las rosas 
nos recuerda tu claro derrotero 
hacia la luz total de nuestras cosas.  
II 
La paz que tú soñaste ya no cuenta. 
Los niños hacen guerra apenas nacen. 
Las crónicas son todas policiales. 
Ya no es nuestro el sabor de nuestra música. 
El último poema para niños 
ellos lo escriben con sus propios sueños: 
es sólo una parábola a la guerra 
con todas las metáforas en gris. 
Andrés Eloy ya no anda por aquí, 
el pobre Aquiles tuvo un accidente 
y se nos fue. Ya casi no contamos 
con poetas que quieran a los niños. 
Manuel Felipe, hermano de las cumbres, 
aquí nadie le canta a la neblina. 
III 
Manuel Felipe, ya nadie apacienta 
ningún sueño detrás de los rebaños; 
los viejos cántaros nos son extraños 
así el crisol del horno los presienta. 
La neblina quizás apenas sienta 
la ausencia de los sueños aledaños 
y en el rojizo almendro de tus años 
tal vez ningún turpial ya ni se asienta. 
Tal es el precio de la vida, hermano: 
echar un barquichuelo en la quebrada, 
echarlo de mañana, bien temprano, 
luego irse con la tarde alucinada 
y estarse con la luna de la mano 
para caer en cuenta de la nada.