Tosreto 13 - La invasión del croquetismo

Gustavo Affranchino

EL INVESTIGADOR DE LA MÁSCARA DE PLATA EN...
La invasión del croquetismo

Tomados de la mano se retiraban del invernáculo.  La tibieza de las plantas, su luz y esa vibración característica sujetaban a cada uno del cogote con cariño.  -¡Sigue adelante!- alentaba la vida misma a quienes la vivían.

El vidriero ese día había trabajado a más no poder.  Los espejos le redituaban por sobre el cristal común, así que el último año lo hubo dedicado a ellos en especial.

No era tan fácil armarlos.  Además del plateado perfecto, debía ser excelente la chatura del material transparente.  De otra manera, el espejo delataba todo.

Su técnica mejoraba y mejoraba.  La belleza y la perfección iban de la mano.  Y a su lado, cada vez más cerca, andaba la desgracia.

El vidriero trabajaba junto al invernáculo del jardín botánico de la Facultad.  Estaban en primavera y sobre todo por eso, las parejas de enamorados paseaban por allí a la orden del día.

Nadie podía imaginar, ni el mismo Einstein, que existiera contacto real entre algo tan inofensivo como la reflexión óptica y algo tan complicado como la química reproductiva.

Resultó entonces que dos perfectos espejos del señor Olsin quedaron enfrentados en también perfecto paralelismo.  Uno más grande y otro pequeño.  A derecha e izquierda del invernáculo.

Cuando amaneció, los brillantes planos hacían eco hasta de las células mitóticas que se estiraban multiplicándose.  Las flores de varios colores pincelaban maravillas y los tallos verdes se erguían como nunca.

El problema principió en las amapolas.  Uno de los granos de polen conseguía unirse al gameto femenino de la flor y la claridad diurna fue suficiente para reflejar “perfectamente” su suceso entre ambos espejos.

Como metiéndose infinitas veces dentro, la imagen aquella causó lo impensado.  Una amapola gorda, que contenía otra en su interior y otra y otra... dio lugar al primer individuo de esa nueva categoría.

Quienes comieron luego semillas de la amapola, que se usaban de aderezo sobre pan para hamburguesa, empezaron a infectarse con aquella génesis múltiple.

Alrededor de doce meses después, varias madres primerizas dieron a luz niños conteniendo un segundo bebé dentro.  A su vez el bebé pequeño contaba con una tercer criatura peritoneal.

La sucesión no concluía y hasta donde se había podido investigar, existía un cuarto muchacho, un quinto y un sexto de apenas micrones.  Todos vivos.  Respirando y alimentándose con la ingesta del mayor.

La salud de cada uno de esos niños “externos” parecía normal.  La única disimilitud macroscópica con los bebés comunes era su gordura.  La panza se les agrandaba a un ritmo mucho más acelerado que a los típicos gorditos.

Tsoreto fue alertado de la novedad genética y junto con la Sargento Pérez se embarcó hacia las Islas Sandwich del Sur.  Allí el detective había conocido a un equipo de elite, integrado por científicos de varias partes del planeta.

-¿Por qué en las Sandwich y no en algún paraje más templado?- se quejó Silvina mientras cruzaban la península de Valdés tripulando un aeroplano de la policía.

-Ahí hay un laboratorio único.  No estás informada de ello, como casi nadie, pero en el dos mil cinco fuimos visitados por gente de otro lugar- Iemepé tomo fuerza como para explicar una historia poco fácil de ser creída.

-En realidad- prosiguió, -del mismo lugar que nosotros pero de diferente... situación, podríamos conjeturar.

-¿Conjeturar?- procedió a irritarse la Sargento.  -¡Habla claro, quieres!

-Ok.  Trataré de resumírtelo- Iemepé no quería aburrir a su compañera.  Estimó que debía estar ovulando en esas fechas, por lo que la retención de líquidos aumentaría su presión encefálica y consecuentemente contaría con menos pulgas de lo normal –se irritaría más fácil.

-Hablando con ellos descubrimos impensadas afirmaciones.  Así como existimos los terrícolas y todo el resto de planetas, galaxias y lo que se te pueda ocurrir, también existe aquí y ahora otra realidad.  Y no sólo otra en singular.  Existen “otras” formas de dimensiones que no son compatibles con lo que nosotros conocemos como dimensión... es decir largo, ancho, alto, etc.

-¿Etcétera?- inquirió la oficial esperando saber como continuaba la enumeración de nuestras dimensiones.

-No me hagas salir de tema- atajose Tsoreto; -hace un rato me pediste justeza y rapidez en la explicación, así que permíteme proseguir.

El silencio frunciendo hacia el centro su rostro fue la respuesta de Pérez.  El investigador continuó.

-Esta gente que por accidente se apareció de repente, estuvo investigando con científicos terrestres para encontrar la manera de retornar a su fase dimensional.  Los experimentos se llevaron a cabo en las islas hacia donde nos dirigimos ahora- Pérez permanecía fruncida y muda.

-Uno de los intentos por regresarlos hizo que se reflejasen hacia adentro infinidad de veces.  Como algún tipo de introrreproducción automática, uno de ellos empezó a engordar y engordar.  En su panza había más y más de él mismo.

-¿Eran como nosotros?- se interesó Silvina.

-Parecidos- aclaró Iemepé.  –El individuo infectado pudo curarse y la investigación concluyó cuando el equipo dio en la tecla y los enviaron de vuelta.  ¿Me entendiste?

Pérez estaba ensimismadamente pensativa: –Creo que sí.  Hay otras realidades paralelas que conviven con la nuestra y esta especie de enfermedad de los niños que nacen uno dentro de otro está relacionada con eso.

-¡Exacto!  Y en las Sandwich pudieron curarla.  Los viroftásicos nombraron al mal “croquetismo”.

-Imagino que viroftásicos son esas personas de la otra situación dimensional- intuyó la compañera de Tsoreto que ya estaba en onda con aquella explicación futurista.

-No es muy distinto al caso que resolvimos juntos del tal Perrónidas- recordó Silvina.  -¿Te acuerdas?

En ese momento tuvieron que ajustarse los cinturones.  El detective forcejeaba con el manubrio mientras atravesaban unas nubes de tormenta.

...

Volaron tres horas más.  Por las ventanillas se divisaba ya una estrecha pista de aterrizaje.

-No la usaremos- sonrió Tsoreto mientras buscaba bajo su butaca una especie de control remoto.

Luego de tocar una clave en los botones del aparato, por la costa este emergió una estructura de gran porte.  El agua de mar escurría en catarata dejando una lustrosa acera negra amplia y muy larga para facilitar el descenso de la aeronave.

-¿Vive alguien aquí?- preguntó la Sargento.

-Nadie.  El clima es muy inhóspito para quedarse.  Por otro lado los científicos del laboratorio no están en el planeta.

-¿¡Eh!?

-Se fueron con ellos- siguió Iemepé.  –Tenían la oportunidad de experimentar misterios que nunca se habían ni imaginado y la aprovecharon.  Abandonaron sus vidas aquí y fueron dados por muertos en forma oficial.

Aterrizaron.

Luchando contra ráfagas huracanadas que les congelaban las orejas, los policías se arrimaron hasta la entrada del centro de investigaciones.  Tsoreto tecleó otra contraseña en el mismo aparatito con que había hecho surgir la pista y pudieron entrar.

Adentro, el aroma a grasa matizado por bahos de naftalina le arrancarían una tosidas a cualquiera.  Silvina Pérez casi escupía sus pulmones.  El investigador la agarró fuerte con sus dos mugrosas manos.

-Acostúmbrate- le ordenó.  –Si no, no dejarás de toser nunca.

Minutos más tarde la Sargento se contuvo.

El edificio tenía forma bilobular, como si fuera una letra ge con dos panzas.  En el ala norte había oficinas.  Ingresaron y rastreando entre archivos Tsoreto halló una carpeta bastante gruesa con la etiqueta de “CROQUETISMO”.

-Ésta es- se alegró.

Las habitaciones estaban preparadas para mucha gente, así que no tuvieron problema con el lugar.  Los ambientes eran bastante fríos pero unas horas después de encender la calefacción central se palpaban agradables.

Por la noche Iemepé salió a pescar y regresó en poco rato cuasi congelado, con un enorme pez para la cena.

Estuvieron varios días leyendo apuntes y probando aparatos.  Al fin, decidieron viajar a otras fases paralelas para buscar la respuesta.  El detective había presenciado todo lo ocurrido en el pasado pero no comprendía muchos de los formulismos y anotaciones que encontraban.

La forma de defasarse era bastante simple.  Unos relojes pulsera de apariencia inofensiva se encargaban de todo.

-No sentirás que viajas- tranquilizó a la mujer que temblaba de miedo antes de girar las manecillas.  –Tan sólo dale una vuelta hacia adelante y las cosas se saldrán algo de foco.  Luego la regresas y ya está, habremos cambiado de situación dimensional.

-¿Lo hiciste alguna vez?- quiso saber Pérez para poder confiar más en esas palabras.

-Treinta y cinco- mintió Iemepé, que había leído muy bien las instrucciones de los relojes y prefería engañar a su colega para que abandonase nervios inútiles.

“Aquí vamos”

Giraron la perilla dorada.  Tal como enseñaban las libretas escritas por el científico que había armando los relojes defasantes, todo se veía doble.  Como si embizcasen los ojos.  Unas cosquillas suaves pero picantes les recorrían cada trozo de piel.

Volvieron hacia atrás las manijillas y todo fue entonces azul.

No lograban obtener sensación táctil del piso –como si este no existiera- pero ni flotaban ni caían.

Se hallaban de pie uno junto al otro.  Tomados de la mano dieron varios pasos.  Creían estar avanzando hacia algún sitio pero no podían comprobarlo porque todo era igual.

-¿Cómo se vuelve?- inquietóse Silvina.

-¡Esperen!- oyeron a lo lejos.  Se voltearon y muy pequeño corría hacia ellos otro humano.

Cuando estuvo más cerca Tsoreto lo reconoció: -¡Doctor Anderson, qué gusto verlo de nuevo!

Anderson era uno de los investigadores que se habían defasado hacía tiempo.

-¿Qué tal esto, investigador?  Vio usted que no quería venir- le estrechó la mano sonriente el científico.

-¿No era que lo habías hecho treinta y cinco veces?- se molestó Silvina.  Tsoreto se disculpó con un guiño de su único ojo.

El inglés saludó a la Sargento y les describió lo que veían.  -Será fácil de relatar cuando regresen.  ¿No les parece?  Los detalles para recordar se resumen en una única imagen completamente azul.

-Esto es lo que nosotros vemos con nuestra manera de mirar- continuó.  –En realidad aquí mismo hay una gran metrópoli donde habitan millones de individuos.  Para ellos su realidad es totalmente normal.  No son seres más avanzados, ni viajan por otras dimensiones ni nada de eso.  Simplemente su “entidad”, su propia característica existencial difiere de la nuestra.

-Las leyes físicas son totalmente diferentes.  Hasta la misma lógica es concebida de otra manera.  Para darles un ejemplo- se entusiasmó, -uno diría que si A está incluido en B, entonces B es mayor que A o al menos es igual al mismo A.  En esta fase nada de eso tiene sentido.  No pueden pensar en la inclusión más que como mera ficción.  Ellos viven y se mueven de adentro a afuera como nosotros nos movemos caminando por la calle.  Convergen o divergen a gusto.  Por tanto el tamaño de las cosas juega aquí un papel similar a la materia en nuestro cosmos.  No se es gigante o pequeño.  Sólo se es en ese sentido.

-¿Recuerdas la enfermedad del croquetismo?- lo vio a Tsoreto.

-Por ese motivo vinimos hasta aquí- indicó Iemepé.  –En nuestra situación dimensional empezó a nacer gente metida adentro de otra infinitamente.

-Han dado con la persona indicada- levó sus mofletes el inglés sentándose sobre la nada.

-Les explicaré- dijo y se arremangó la camisa.  –Cuando investigamos con Perkins el caso de los viroftásicos encontramos que existía una probabilidad distinta de cero de que ocurriera los que me cuentan.  El croquetismo se inicia en alfa como un efecto óptico.  Ah, le decimos alfa al lugar nosotros nacimos... ya saben.  Esta parte de la realidad se llama xi.

-Les decía que el croquetismo puede ocurrir por la interferencia masiva de fotones entre planos reflectantes exactamente paralelos.  El tiempo de interferencia es importante, ya que con él la probabilidad de mutación dimensional crece.

-Los fotones van y vienen como atrapados.  Pero sus choques suceden realmente y empiezan a ser presa de un efecto enlentecedor.  Hasta que, si y solo si se da la ínfima posibilidad de que más de trece de ellos impacten a una velocidad determinada en el mismo punto, y si se suma que justo allí encuentran genes de algún ser vivo en el proceso de replicarse, sus partículas mutan de fase y la reproducción celular se va completando hacia adentro o hacia afuera.

-En xi sería lo más normal y nadie observaría rarezas.  Pero en alfa, eso no coincidiría con lo esperado.

Resultaba complejo de entender.  Pérez y el mismo Tsoreto notaban varias cosas que no cerraban de la explicación.  Pese a ello les urgía hallar soluciones para lo que se habían llegado hasta las australes islas.

-¿Cómo lo curamos?- se impacientó el detective.

-Transporten a cada bebé infectado hasta xi y posteriormente de xi a alfa.  En el defasaje se corregirá la vorticidad- recetó con precisión Anderson.

-¿Y volveremos con un bebé o con varios bebés idénticos?- se preguntaba Silvina.  -¿Acaso varios de ellos quedarán viviendo aquí y uno solo regresará con nosotros?

El doctor les indicó que no habían comprendido aún correctamente la naturaleza de lo que les explicaba, pero les aconsejó regresar rápidamente para no perder más días.  En xi los segundos equivalían a horas de vida alfa.  Los tranquilizó asegurándoles que no había nada que temer con los niños croquéticos.  Para que comprendieran más fácil aseguró que sólo se curarían.

-Ah- recordó Anderson.  –Es muy factible que sea una planta la contaminada.  Búsquenla y recupérenla haciendo lo mismo que con los niños.

Los policías agradecieron y se despidieron del científico.  Cuando giraron en sentido opuesto las manecillas de sus relojes notaron que lo azul perdía foco.  A los dos les pareció haber observado por un instante bellos pasajes iluminados a los lados y gente andando de aquí para allá.  Enseguida volvieron las perillas a su lugar original y estaban de pie en la sala del centro científico de las Sandwich.

Tsoreto lanzó tremendos gases, eructos y se defecó y orinó encima.  Avergonzada, lo mismo hizo Pérez.  La barba negra del detective crecía hasta fuera de la máscara y Silvina también se veía bastante peluda.

Encendieron la radio satelital.  Habían transcurrido tres semanas desde el defasaje...

El resto ocurrió como había predicho el británico.  Los niños se recuperaron y volvieron a alfa flacos.  Oliendo pistas y apartando las defensas de la diosa del enigma, Tsoreto llegó a los brotes que nacían a pocos centímetros del piso en el invernáculo de la universidad.  Seguían croquétidos así que los llevó y los trajo de vuelta.

Todos los focos de defasaje habían ya desaparecido de alfa y por la minúscula probabilidad que rodeaba a una nueva ocurrencia de algo por el estilo, seguramente nunca más sucedería.

El secreto fue guardado con perfección por ambos detectives y los relojes restituidos a los cajones de donde Tsoreto los quitara en aquel inhóspito laboratorio, allá por el Sur de la Tierra.

El nombre alfa ya carecía de sentido.  La existencia seguiría linealmente el devenir de los siglos y moriría el misterio guardado en los cerebros de la Sargento Silvina Pérez y el Investigador de la Máscara de Plata, que... en alfa... continuaría haciendo justicia.

  • Autor: Gustavo Affranchino (Offline Offline)
  • Publicado: 13 de noviembre de 2025 a las 03:38
  • Categoría: Cuento
  • Lecturas: 1
Llevate gratis una Antología Poética ↓

Recibe el ebook en segundos 50 poemas de 50 poetas distintos




Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.