Dio de sus gracias áureas con la aldaba
en las broncíneas puertas de mi pecho
Coral un alba negra en la que fecho
de mis desgracias el albor, que entraba,
pues abrilas, en él quien pronto daba
allí mil golpes de desdén, pertrecho
que usó para dejarme tan deshecho
el niño alado de la aleve aljaba.
Jamás podrá a tirana tan proterva
cuan poderosa de sus tristes ruinas
el alma mía expulsar, pues con los ojos
de la memoria sin querer la observa
en ella misma siempre, y asesinas
mis memorias serán de mis despojos.
Osvaldo de Luis
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