Vicente Martín Martín

Aprovecho que no suena el teléfono ni tienen pulmonía las nubes

Aprovecho

que no suena el teléfono ni tienen pulmonía las nubes

y te escribo,

te escribo para hacer que las vigas de esta casa

no huelan a carcoma,

para hacer más inútil los silencios que no saben de música

y no existan rincones de strip-tease ni noviembres

que supuren al borde de la almohada.

 

¿Te he dicho

que llegado a odiar hasta la tinta, que me muerdo las uñas y dibujo

tu nombre en carnes vivas?

 

Llevo siglos tratando de entender por qué han perdido

la sonrisa los árboles,

por qué

sólo un año después de que te fuiste

ya no hay nadie en el mundo y  han cerrado

las duchas los hoteles:

 

veo absurdos cadáveres con los muslos de arena

y huertos de alquiler sobre su sexo,

veo

campos de arroz que están sedientos y desiertos

de una paz inservible.

 

Nuestros besos,

el tacto,

las caricias pensadas, las noches y el deseo

hoy viajan sentados en distintos vagones  de unos trenes

qué ignoran su destino,

sin embargo

cuando todo el paisaje se reduce a palabras y los ojos

son un acto de fé

sé que estás y te pienso rimero de agua-luz,

lluvia naranja

o infancia de manzano y sé que tienes

cansadas de volar las cicatrices.

 

Desde que tú no estás se han oxidado los versos y las lágrimas,

hay ortigas e hinojos en medio del jardín                     

y están tristes los pájaros

y el álamo

me pregunta por ti y no sé decirle

en qué nube te escondes ni a qué señas te escribo

cuando quiero decirte que ha nevado,

que el gato

es un náufrago extraño en la escalera

y se mueren de sed los archiduques prusianos,

 

ya ves,

cuando te escribo        

el presente es ayer y me es posible escuchar la redondez de tus pasos

más allá de ti misma.

 

Finalmente te pido que no pienses que si visto de oscuro

es que estoy triste,

la tristeza no haría sino más complicada la sintaxis

y, además, los recuerdos

no son un buen lugar para el dolor de los necios.