Martin Rodriguez Trillo

Dos alas para un techo

 

 

Ahora los techos vuelan.

Sí, sí; vuelan, lo descubrí ayer.

Iba yendo a comprar cigarrillos

cuando lo vi:

El techo del vecino en pleno despegue

de entre los demás.

Con dirección noroeste

a unos veinte kilómetros por hora,

se alejaba muy campante el techito

sin más pasaje que un nido de hornero en el alar,

una pelota desinflada

y vaya uno a saber qué cantidad de pequeñeces

olvidadas en el anonimato de su planicie.

Toque timbre al vecino

y le conté la novedad.

Pero su techo sale a volar

todos los martes de tres a cuatro y media de la tarde.

Le deje el recado y me despedí fumando.

Cuando entre en casa

vi que mi techo faltaba.

En una nota sobre la mesa

dijo haberse ido con un vecino

y algunos más a buscar otros techos

que quisieran volar.

Me senté en la cocina.

Estire piernas y brazos.

Fui hasta el balcón.

Y despegue mis alas

buscando un techo donde anidar.-

 

M.R.