arehantzura

La bestia

 

He sentido cómo unos dedos largos y helados, acariciaban suavemente mi corazón, he sentido su beso de escarcha, he visto la soledad.”

En ese tiempo era yo Prometeo en la tierra de los vivos. Mis penas como el negro y despiadado buitre terminaron por consumirme en un profundo abismo sin retorno.

No había nada más en el mundo que yo no vislumbrase con la mascara del dolor y del sufrimiento. Y, es que el sacrificio hacia lo ajeno y no correspondido es una fuerte arma de la naturaleza humana, ese sacrificio representaba mi tortura eterna. Porque como muchos había cometido el error de invertir emociones en empresas vanas llamadas personas.

Por esa época me encontré con la bestia y justo en el momento en el que me percate de su encanto siniestro nada volvió a ser lo mismo para mi extraño corazón.

Cuando le mire entrar estaba yo sentada en el suelo de mi habitación entre la angustiosa incertidumbre que me acompañaba. Cruzó el umbral con paso sigiloso cual pantera al asecho. Su fétido olor penetró inmediatamente en mis pulmones al tiempo que su misteriosa y trémula aura provocaba que mi piel se erizara de arriba a abajo, pues durante un instante pensé que moriría en sus largas garras.

Comencé de pronto e inconcientemente a retroceder por el suelo tratando de alejarme de ella; sin embargo, hubo algo en medio de mi estupefacción que me congeló momentáneamente. Dejé de retroceder como lo había hecho. (¡Que extraño el corazón de los hombres! Porque de pronto odian fervorosamente aquello que amaban. O aman con pasión lo que en el pasado los hizo estremecerse de terror.)

Y viéndome seducida por aquel elemento indefinido sentí como me transformaba en Kvothe cuando extendí mi mano hacia la profundidad de la habitación para invitarle a sentarse conmigo. Para mi sorpresa accedió a mis peticiones sin poner ninguna queja o descuartizarme al momento, solo escuche sus pasos avanzando hasta mí. Su sombra comenzó a diluirse lentamente al ser tocada por la luz del crepúsculo hasta que desapareció. Fue entonces cuando ví. Por primera vez a la bestia, fue entonces cuando me prendé aún más de su presencia.

Recuerdo perfectamente los dobleces de su piel al inclinarse, estaba arrugada y reseca. Y, sin embargo su pelaje era exquisito como el trigo que brilla intensamente a la luz del sol de la tarde. Aquel inexpresivo rostro me petrificó, pero al sentirla frente a mí, y ser observada por esos oscuros y fríos ojos como el marfil no pude hacer otra cosa mas que sonreír; porque supe de inmediato que aquel era un recipiente de emociones vibrantes y que una vez que trabajase con el nunca se apagaría su llama. Su reflejo se acopló al mió con la precisión de un espejo. No por nuestras apariencias, sino porque nuestras naturalezas se acoplaban, y eran una a la otra como lo es la grandeza al universo. Es por ello y por las razones que relatare a continuación que decidí quedarme con ella, y volverla parte de mi vida:

Putrefactos dientes, una dura mirada, la piel áspera, y unas manos extrañamente tersas entre otros eran los rasgos que me cautivaban de la bestia. Sin embargo, había uno que me llevaba a las fronteras de la imaginación, donde a mi manera amo viajar: Su inquebrantable y hermoso silencio.

Su silencio ¡oh por dios! Era perfecto y perpetuo. Lo interrumpían solamente mis pensamientos embriagados por su grandeza. No recuerdo escucharle hablar nunca en esa época, solo recuerdo mi voz perdida en un abismo de lo ideal, donde solamente había lugar para lo realmente importante: Pensar.

Con el paso del tiempo, ella se volvía más clara y genuina. Me hacía sentir una profunda y lejana melancolía que provocaba en mí el deseo de conversar más y más con ella: Al amanecer, al atardecer, a media noche. No había un horario que no me gustase para tomar sus gélidas y filosas garras con la fuerza de quien se aferra a la vida, no existía el tiempo y la existencia se había vuelto eterna.

En la oscuridad, su imponente e inaudible voz traspaso mis oídos, seduciendo a mi mente cuyas ideas danzaron como los sanguinolentos y ambarinos listones del aroma de mis recuerdos. Mi pecho lloraba las pensar del mundo, pero la tenía a ella.

No tenía lo que anhelaba pero ella estaba ahí, ella me hacía más fuerte.

-La existencia es un viaje sin regreso - le dijé una vez mirando al horizonte, donde la gran bola de fuego se hundía- Y este momento, es solo la primera y más pequeña parte del viaje. ¡Como me gustaría, conocer el tiempo después del tiempo! Cuando digan que yo viví en el génesis tardío y hablen de todo lo que veo como si fuese una lejana leyenda que posiblemente nunca ocurrió- ella me miraba con curiosidad lamiendo su gran pelaje, y dando a este mordidas de cuando en cuando. Y yo solo seguía hablando lánguidamente, dejando mis ideas mezclarse alrededor de lejanos universos. Donde se hablaban idiomas desconocidos que viajaban a la velocidad de la luz.

Mucho puedo hablar de todo lo que pasó, mientras estuve con la bestia. Exploré la ética y el extraño corazón de los hombres, encontré respuestas sobre las razones de la existencia y las leyes divinas que desconocidas serán por siempre hasta el final del tiempo y muchas cosas más que excluiré de mi relato para concentrarme en los que sucedió entre la bestia y yo en esa época de mi vida.

Al pasar de los meses cada fibra de mi cuerpo se convirtió en ella y cada parte de ella se convirtió en mí. Sus rasgos atravesaron mi piel. Yo era la bestia y la bestia era yo.

Inclusive, cuando dejaba la habitación estábamos las dos juntas.

Yo le encontraba en el aire, en los largos campos repletos de blancas y amarillas flores, en la noche oscura, en el inmenso firmamento, Y a pesar de que las emociones de las personas me resultasen vacías le encontraba en las miradas ajenas, en las sonrisas, en el llanto y en la desesperación. Ella era mi mundo, donde podía ser yo con libertad y sin interrupciones.

Así vivíamos las dos, sumidas en la melancolía la una con la otra.

Un día, salimos a caminar por la calle y nos pedimos en medio de la multitud que a fin de cuentas no representaba nada para nosotras. Las calles eran estrechas y los muros de los edificios que las rodeaban monumentales e interminables.

Uno de los edificios era al que realmente nos interesaba llegar. El edificio marrón de lúgubres salones.

Cuando llegamos ahí, nos dispusimos a tomar asiento en donde fuese, pues fue un largo camino y necesitábamos el descanso. Le hable por un rato hasta que alguien llego y se sentó a mi lado.

Era lucifer, “el guía de las almas perdidas” que con la sonrisa de cheshire me miraba curioso, con sus traviesos y divertidos ojos. Y que con un gesto para llamar mi atención se dispuso a hablarme sin obtener resultados. Antes de que dijese algo me volteé y me limité a callar, puesto que no me agradaba conversar con nadie que no fuese la bestia.

Pero, a pesar de mi comportamiento, él se quedó y habló todo lo más que pudó, aunque mi atención no se centrase nunca en él, y a pesar de que yo nunca le dirigiese la palabra.

Esperaba a que terminasen los asuntos del edificio o aprovechaba la mas mínima oportunidad para venir a tratar de tentarme con sus largas platicas donde solo el tenía la palabra.

Debo confesar, que sus conversaciones muchas veces me parecieron interesantes, pero nunca quise decírselo. Solo escuchaba mientras fingía que no lo hacia.

El poder del aura de Lucifer se volvió tan fuerte que llego un momento en el que la bestia se ausentaba por momentos, especialmente cuando lucifer blasfemaba para mí. Cada día mis pensamientos danzaban por un par de horas cuando lucifer hablaba, insistiendo muchas veces en perversiones y otras tantas en cosas que me resultaban totalmente fuera de aquello que llaman “sentido común”. Pero ¿qué importaba el sentido común Cuando yo misma carecía de él y sentía una profunda repugnancia por el mismo?

 

Una tarde, estaba en mi habitación ocupándome de asuntos de limpieza y a la vez cargando sobre la espalda a la bestia (porque aprendí a manipular su tamaño según mis deseos) hablándole sobre ambigüedades y cosas intangibles que se mecían en el limbo de la mente de las personas, y ella como siempre escuchaba lamiendo su trigueño pelaje.

La luz roja nos daba de costado y podía sentir como los rayos del sol calentaban ligeramente mi rostro. Todo estaba tranquilo y melancólico como lo había estado por muchos meses.

Hasta que ocurrió algo tan sorprendente que transmuté a un estado de shock momentáneo: Escuché la voz mas horrible que jamás había escuchado en mi vida, era como los ecos de miles de voces infernales sumidas en los abismos más oscuros que pudiesen existir, pasaron unos cuantos segundos, antes de percatarme de que la voz provenía de la criatura que cargaba yo sobre mi espalda y unos cuantos mas para comprender el significado de sus palabras.

-Lucifer te a invitado a jugar- fueron las funestas palabras que salieron de la cavidad repleta de filosos dientes- entonces te destrozare antes de que lucifer lo haga.

Para cuando comprendí lo que había dicho sus manos estaban atascadas en mi espalda, sentí como el tibio líquido escarlata bajaba fluidamente por todo mi cuerpo hasta llegar al suelo, el dolor me dobló hasta caer de rodillas y un mareo acompañado por una oscuridad abrazadora que avanzaba paulatinamente me hizo caer por un agujero hacia un profundo sueño en el cual no existía ni tiempo ni espacio. Floté en las aguas del río de la inconciencia por horas hasta que algo (mi conciencia) me jalo fuera de él, estrepitosa e inesperadamente.

Al despertar el dolor había desaparecido, y la herida había cerrado, solo estábamos la bestia y yo. Ella en un rincón de la habitación mirándome fijamente y yo boca abajo en medio de un desastre.

Me levanté con cautela y le miré también como ella lo hacía. Pude notar el arrepentimiento en sus ojos fríos, parecía envejecida, más maltrecha de lo que comúnmente estaba.

Percibí la melancolía corriendo por mis venas y a pesar de estar muriendo de horror me acerqué lentamente , me puse en cuclillas frente a ella y la tomé de una garra para levantarla.

Nada cambió a partir de ese día, a pesar de mi temor yo dejaba que lucifer me envolviese en sus palabras y ella lo notaba, mas nunca mas volvió a ponerme una mano encima ni a dirigirme de nuevo la palabra, pero yo seguía conversando con ella.

Por su parte Lucifer comenzó a convencerme, y de pronto me encontraba hablando con él, perdida en los lagos rojizos de su rostro. Aprendiendo cosas que jamás había imaginado existiesen; explorando las tinieblas que se encuentran más haya de mí. Recorrí con lucifer los campos de una imaginación más torcida que la mía y sin darme cuenta descuidé a la bestia, mi fiel e inseparable compañera.

Una mañana, cuando la luz del sol y el calor del día eran mas agradables que ningún otro día. Me acerqué a ella, decidida a contarle todo cuanto había sucedido en las últimas semanas. Su silencio seguía inquebrantable desde el día en el que me atravesó; y pude notar que sabía exactamente de que le iba a hablar ese día.

No habría más coloquios, ni metáforas, ni ideas. No hoy no, hoy yo le iba a hablar de algo tangible cosa que yo jamás había hecho antes.

-Lucifer me ha invitado a jugar- le dije con voz de decisión- ella estaba a lado de la ventana y su olor se mezclaba con el rocío matutino, mientras que mi voz lo hacía con el cantar de las aves- he decidido ir con él. Sé que lo mas seguro es que él me destroce, no me importa porque siento que vale la pena arriesgar mi ser integro.- y sonriendo como no lo había hecho en siglos concluí- quiero ser feliz.

Su mirada aunque no de alegría, aceptó con tristeza lo que yo había dicho, y se desvió hacia un costado del muro. Yo, caminé hacia el umbral de mi puerta y giré la manija muy despacio. Antes de salir le dijé unas últimas palabras con la misma sonrisa con la que le hablé desde que me dirigí por primera vez a ella ese día – El corazón de los hombres, se corrompe con facilidad. También el de los demonios- le dijé- es difícil, que un ser supere las expectativas de lo común. Vive por mí los universos de mi mente, que algún día volveré por ellos. Porque me pertenecen.- Salí y me fui con él, a compartir todo aquello que tenía en mi cabeza, a mostrarle mi mundo, a conocer el suyo. Y debo confesar, que fui felíz después de mucho, mucho tiempo.

Cuando volví a mi casa la bestia ya no estaba, pero se que volverá cuando Lucifer se valla.

Alejandra Quiroga Cota Todos los derechos reservados © 2011