Pedro Verlaine

De la anti-poesía y otras barbaridades

Te esperé vomitando

porque quise sentir en mi boca el volumen 

de las cosas que nunca había tenido. 

 

Entonces, esperando, viajé a Creta, 

y el sol subía a la barca como suben los cóndores

a la montaña, derramando aceite, 

con el pico en las patas

y en las patas el pico y la cloaca. 

De ese modo, sutil, en donde el fuego luce

como ópalo leñoso, y la lluvia desase 

lo frío de lo húmedo.

Entonces, alguien dijo: “El mar está marcado

en la pálida arena,

y como hoja marchita es llevada

la luna por la bahía tormentosa”;

pero, ay, viento azul, 

la corona y las rudas sobre el coñac ardiendo,

el mágico vestido de los pájaros

cuando sangran sus picos sobre el hielo;

no creo en Oscar Wilde,

ni en la poesía rota con túneles abiertos,

ni en la métrica o rima, ni en los ojos

que se abren contando nuevas sílabas;

mi techo tiene moscas 

y mis moscas orina y pudrición,

y en mí sólo aterrizan 

cadáveres que no pudieron disecarse.

No. No. No. Yo no quiero luz sin sombra

ni plegarias sin crimen cometido. 

 

Vi, pues, desde mi trono, como un flete arañado, 

los secos tubérculos que asfixiaban la tierra,

la muerte y la ceniza amigas del tomillo y el casabe,

y la pera abundante que se dilapidaba 

sobre el prado lodoso y asilado;

pero tu cara, inserta en las raíces,

aún me construía vigas en las que arar

y huertos espumosos donde arrojar semillas,

aún desperdiciaba miradas en la sombra

y ojos que fulguraban frente al sol.

 

Luego, alguien conocido me convenció en volver,

mas mi regreso estaba sujeto a tu partida

y tu partida había sido la causa de mi viaje; 

pero también la espera, 

también el odio que me acuchillaba 

plácidamente sobre roces homosexuales,

incrustando saliva hacia mi ombligo

desde la hora muerta hasta la hora herida,

como un cañón de pólvora 

que masticaba fuego entre en mi abdomen.

También mis ganas de morder cemento,

y mis mil y una duda

sobre las consecuencias de tan membrudo acto.

 

Entonces otro dijo: “¡Querido, ¿y los amores?

¿Han germinado flores este año?!”

Yo no respondí nada

pero mis ojos le contaron todo,

luego participé de una charla en silencio

y reí y comí y vomité un buen rato.

 

Las cosas que se olvidan están condicionadas por la espera.

Toda espera, posee, en sí misma, una causa.

Poseer, significa, en tanto causa, 

masticar los asuntos que se olvidan.