Latino

Uno no se acostumbra

Uno se acostumbra a casi todo:

a los días de invierno en la mirada

al frío de las cómplices cobijas

al tropel del gato en el tejado

a la nota discordante del vecino

al ronquido de la almohada compañera.


Uno se acostumbra con facilidad

al vaivén de las olas, después

de unos minutos frente al mar;

se acostumbra al color

de las corrientes incontenibles

al desvío de los cauces presupuestos,

la caída de taludes en la carretera

o encima de las casas…

Se acostumbra

a las horas perdidas,

las ocasiones rotas,

a las flores mustias,

malolientes,

al agravio,

los desagravios

y hasta al hastío

cuando no mata.

 

Uno se acostumbra.


Uno se acostumbra, quizá,

a liberar estrés en los rápidos

(raftings para que me entiendan)

remando a toda costa

para no chocar contra las rocas;

al calor de un cielo mañanero

o a romper el ciclo del cansancio

dorándose en una playa caribeña

con el sol en pleno y la audacia en bandolera.

Pero hay cosas a las que uno…

no se acostumbra.

Uno no se acostumbra

a llevar muy adentro

la brasa de un adiós,

a ir kilómetros con un costal de penas

a mantener la calma donde se pide rabia

a dormir en una cama entera

con la mitad del peso encima,

que no suma lo de siempre.

No se acostumbra

a mirar siempre un vacío

donde antes fulguraban dos luceros

a sufrir dos perdidas estrellas

en un cielo ahora tan amargo

a vivir sin aliciente, sin pan, sin vida.

Uno no se acostumbra a la ausencia

de tu aroma a la hora del desayuno,

al almohadón flotando viejo

a la falta del silicio de tus dedos

melificados

en mi piel suplicante

de más caricias…


A la falta de tus besos

o a la ausencia de tus cantos…

Uno no se acostumbra



Tampoco se acostumbra

al vacío interminable

llenado otrora por tu voz

ni a la falta del aliento

enriquecido por una buena oración

ni al aliño ausente de lasañas

aromosas de otro tiempo…

Uno no se acostumbra.

 

Por eso,

mueve un poco esa nube

y lo tomaré como un rictus de tu labio

arquee aquella otra y pensaré

que me haces un guiño con tu ceja;

lanza una estrella fugaz y creeré

que me envías un pensamiento.

 

Por eso,

mueve un poco ese cielo…

Y pensaré que no te has ido.