Armando Cano

No sé, me importa un pito.

No sé, me importa un pito que las mujeres tengan

los senos como magnolias o como pasas de higo;

un cutis de durazno o de papel de lija.

 

Le doy una importancia igual a cero,

al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco

o con un aliento insecticida.

 

Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz

que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias;

pero eso sí! -y en esto soy irreductible- no les perdono,bajo ningún pretexto,

que no sepan volar.

 

Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!

 Ésta fue -y no otra- la razón de que me enamorase,

tan locamente, de María Luisa.

 

¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos

sulfurosos? ¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo

y sus miradas de pronóstico reservado?

 

¡María Luisa era una verdadera pluma!

Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina,

volaba del comedor a la despensa.

Volando me preparaba el baño, la camisa.

 

Volando realizaba sus compras, sus quehaceres...

ya me abrazaba con sus piernas de pluma,

para llevarme, volando, a cualquier parte.

 

Durante kilómetros de silencio planeábamos

una caricia que nos aproximaba al paraíso;

durante horas enteras nos anidábamos en una

nube, como dos ángeles, y de repente,

en tirabuzón, en hoja muerta,

el aterrizaje forzoso de un espasmo.

 

¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera...,

aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas!

¡Que voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes...

la de pasarse las noches de un solo vuelo!

 

Después de conocer una mujer etérea,

¿puede brindarnos alguna clase de atractivos

una mujer terrestre? ¿Verdad que no hay diferencia sustancial

entre vivir con una vaca o con una mujer

que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?

 

Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender

la seducción de una mujer pedestre,

y por más empeño que ponga en concebirlo,

no me es posible ni tan siquiera imaginar

que pueda hacerse el amor más que volando.

 

O L I V E R I O  G I R O N D O.