"La guerra y la paz, siempre contrapuestas,/ arden en tu ser en llamas./ La guerra en tus ojos cuando me detestas,/ la paz en tu alma cuando me amas".
Juré que más no te recordaría 
 y de voluntad hice un derroche, 
 no extrañarte por las noches, 
 no llorarte por el día. 
 Pero un fiel compañero, 
 siempre leal compañía, 
 resultó ¡quién lo diría! 
 un vil traicionero. 
 Un espejito algo pequeño, 
 conocedor de mis verdades, 
 reflector de mis realidades, 
 plasmador de mis sueños. 
 De tal modo que cuando juraba 
 no extrañarte más a lo lejos, 
 mi imagen en el espejo 
 más que nunca te extrañaba. 
 Cuando en otra mujer ponía 
 mis ojos para olvidarte 
 y su nombre repetía y repetía, 
 el espejo hacía su parte; 
 cuando más trataba de borrarte 
 era tu rostro el que veía. 
 Y cuando me llenaba de orgullo 
 porque mi amiga de turno era bella, 
 en una foto veía el rostro de ella 
 y en el espejo sólo el tuyo. 
 Cuando ella me entregaba 
 la luz de una sonrisa fugaz, 
 en el espejo ¿qué más? 
 ¡era tu sol el que brillaba! 
 Y el colmo de esta situación loca, 
 porque en locura se trastoca, 
 fue cuando hace unos días 
 la besé y me sorprendía 
 que en el espejo aparecía 
 ¡con tus labios en mi boca!