Miguel Angel Ortigoza García

LO QUE ANOCHE SOÑÉ

 

No hizo falta desenredar un abanico de caminos.


Ni era necesario esperar el céfiro azul de una aurora.


De la noche, tampoco necesitaba.


Las pobladoras del cielo me honraban con su visita.


 

En la cuerda quieta de mi hamaca ilusa


posó sus pies descalzos el ave canora de una poesía.


Como fuese lejos creí escuchar


el tañido limpio de campanas locas,


y era el silencioso aleteo arisco de algún colibrí.


 

Tomé tu mano como la de una virgen.


La incensé con caricias, y al tocar tus dedos


parecían espumas de lucero esquivo


o ánforas caídas en la sed viajera.

 


Al mirar tus ojos pensé en un viñedo.


Toqué con mi anhelo tu sonrisa santa.


En tu hombro desnudo cual roca del mar


extendí mis olas con ansias de amar.


 

Estábamos juntos. ¡Que momento inmenso!


Era mi tesoro todo el universo de felicidad.


Pero al despertarme, al abrir mis ojos, recordé.


Recordé, querida, que te habías muerto.


Que hace mucho tiempo, yo, ya te olvidé.