zara laburno

Nacer: Renacer

  Hay algunas experiencias que pareciera que, traducidas en palabras, quedan despojadas de su magia, de lo que tienen de inexplicable, de innombrable.

Ardua tarea la de convertir el lenguaje del cuerpo al lenguaje de los signos. Impotentes las palabras cuando lo que acontece en el cuerpo parece no caber en una definición.

Y, precisamente, sucede a veces que la totalidad del ser se vacía de palabras. Es difícil de explicar: las experiencias son creaciones únicas, y, sin embargo, las palabras no nos pertenecen.

Podría decirse que es cansancio, ceguera, necesidad, exceso. No lo sé. Lo cierto es que un día, sin motivo aparente, me sentí el personaje de una película que no era la mía. Dejé de reconocerme en las cosas, en el mundo que yo misma había creado. Todo lo que estaba afuera, pero también todo lo que estaba adentro, de repente perdió el sentido, dejo de existir, se esfumó.

Algo así como una anestesia; como si yo misma hubiera dejado de existir. No más mente, no más cuerpo. Todo desapareció. Los recuerdos, los proyectos, el frío, el hambre, los placeres, la lagrimas, las convicciones, las dudas, las ideas, las sensaciones. Todo se desvaneció. Quedo la nada. Desnuda de todo, yo misma había desaparecido. Yo misma era nada.

Pero cuando llegue a lo más hondo de la oscuridad, me vi.

Detrás de todo un universo de construcciones, estaba “yo”.

No era los sueños que creía que me había inventado, no las necesidades que me ataban, no los ideales que pensaba míos, ni la historia que pensaba única. Yo no era los proyectos, ni ese presente, ni los espejos, no siquiera las palabras.

Yo no era nada. Pero un día empecé a ser.