Alejandro José Diaz Valero

Letras ingenuas

 

LA AGILIDAD DE LAS TORTUGAS (CUENTO) 

No sé si ustedes sabrán, si lo saben no digan nada, si no lo saben, entonces les contaré esta historia. Bueno más que historia es una aventura.

En un pequeño bosque llamado TROPIARENA, no TROPICAL como se llaman muchos bosques; recuerden que unos son de cal y otros son de arena. Allí vivía una alegre tortuga (¿cosa rara verdad?, casi todas las tortugas son tristes), pero aunque no lo crean, ésta era, extremadamente alegre.

Esa tortuga se llamaba AGUTROT (Claro, ella sabía que estaba muy de moda  usar nombre con las letras al revés, y no quiso quedarse por fuera). Lo cierto del caso es que en TROPIARENA vivía AGUTROT, muy feliz, bañándose de noche en los estanques (lo hacía de noche porque para bañarse se quitaba el caparazón y no quería que los otros animales la vieran desnuda). Claro que todas las tortugas se bañan con su caparazón puesto, pero AGUTROT era diferente, pero  eso no le quitaba lo feliz que era.

Una noche sin luna, el agua estaba más caliente y la noche más oscura, la tortuga tardó más de lo normal metida en el estanque, y su caparazón que lo dejó recostado en un árbol de pino, fue hallado por una ardilla que quería pasar al otro lado del estanque y como no encontraba un trozo de madera en que hacer su travesía, usó el desocupado caparazón como embarcación.

 Se veía  muy extraña una ardilla con caparazón, ágil y pícara moviéndose con mucha rapidez en medio del estanque.

Un búho que sobrevolaba el estanque, viendo aquellas imágenes de la ardilla, se fue a su biblioteca y comenzó a escribir un libro titulado “Vivencias Nocturnas”, cuyo prólogo comenzaba diciendo… “Las tortugas no son tan lentas como parecen; póngalas patas arriba y láncelas al estanque, y verá lo ágiles que son…”

Como pueden ver, aquí termina una historia y otra nueva comienza…

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NIÑO Y RIACHUELO (Cuento)

José vivía en una humilde casita a orillas de un riachuelo…Allí vivió toda su infancia hasta sus doce años, cuando su familia se trasladó a una gran ciudad, donde vivieron muchos años. Allá se hizo hombre, estudió y se graduó  y nunca más había vuelto al humilde pueblecito de donde había salido.

Años después, José volvió a su pueblo y quiso llevar a sus hijos a conocer el pequeño riachuelo donde él jugaba con sus hermanos en su época de niño.

Por más que buscó no pudo hallar el pequeño riachuelo, ya que un amplio y caudaloso río se extendía a lo largo y ancho de aquel pueblecito donde corría como un rey imponente que alegre bajaba por la ladera de la montaña.

José entristeció al no ver el pequeño riachuelo, y se lamentó de que hubiese crecido de tal manera, perdiendo la ingenuidad y la pureza de sus cristalinas aguas.

El río también lo contemplaba a él y de inmediato lo reconoció: claro que el río no esperaba ver aquel niño inocente que una vez se fue del pueblo; espera ver a un hombre corpulento y barbudo que había perdido la frescura de su infancia y que había crecido haciendo evolución de su existencia, dejando atrás su infancia para abrirse paso a una nueva vida…,Y eso lo alegró.

Uno se entristeció, el otro se alegró, ambos estaban allí frente a frente dejando tras si sólo recuerdos de lo que fueron esos años que ya nunca volverán.

El saber que nuestros tiempos cambian nos dará fortaleza para esperar y aceptar esos cambios que por naturaleza surgen en todos nosotros, eso nos dará la oportunidad de alegrarnos al ver diferente a esos seres que han ido evolucionando al igual que nosotros.

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