Alberto Angel Pedro

La madre y la niña

En una pequeña y modesta casita,

muy lejos del mundo y su turbia maldad,

en franco reposo una niña dormita:

¡Su rostro refleja la dulce bondad!.

 

Sus párpados cierran la noche callada,

que viste de estrellas su faz constelada,

inmersa se encuentra en un mágico sueño,

donde hay muchas flores y un bosque abrileño.

 

En tanto, la madre, con paso cansino,

sacude los muebles que existen en casa;

observa en la verja que da hacia el camino,

los rostros felices de gentes que pasan.

 

Con rostro sombrío, con faz contristada,

comienza de nuevo la casa a ordenar,

y al ver el semblante de su hija adorada,

sus lágrimas ruedan y empieza a llorar.

 

La niña no sabe las duras tristezas      

del mundo en que vive su madre sufrida;

un tétrico mundo, de tantas vilezas

y grandes carencias que impone la vida.

 

Recuerda, entre lágrimas tristes, a un  hombre,

las tardes cuando ellos pasearon del brazo;

cobarde negó a la pequeña su nombre,

dejándola sola con ese embarazo.

 

La niña no sabe que no hay ni dos pesos

que puedan el hambre mañana calmar,

que al paso del tiempo le duelen los huesos,

¡de tanto que lava, de tanto planchar!

 

Mas todo el cansancio para ella es muy poco,

no importa que le hayan subido la renta,

que velas le alumbren en vez de algún foco     

… ¡que un lóbrego frío en sus pies blancos sienta!.

 

Los días son austeros y muy peligrosos.

Incluso, hay un hombre, que ajeno al dolor,

le ofrece regalos, diversos y hermosos

a cambio de que ella le brinde su amor

 

Se sienta en la cama, la débil mujer,

contempla una foto del hombre que amara,

el hombre que a diario su cuerpo ultrajara,

¡buscando en las noches tan sólo placer!.

 

Y así es como pasan los días en la vida

de aquella mujer valiente y hermosa,

cuidando resuelta a su niña preciosa,

por quien toda pena con ánimo olvida.

 

¡Qué importa el dolor que agobia a su ser,

su amor por la niña la torna más fuerte!;

¡qué importa el pesar, o la trágica muerte,

si mira a la infante contenta crecer!.

 

En tanto, la niña de lindo semblante,

del luto mundano y terreno es ajena;

no sabe de llantos, no sabe de penas,

su vida es un juego veloz e incesante.

                                               

Es casi de día, la noche ya cesa,

y el sol, con destellos, comienza a irradiar.

Al cuarto de su ángel, la dama regresa:

La mira encantada, su rostro lo besa

…¡y exhausta el trabajo lo vuelve a iniciar!.

 

AUTOR: ALBERTO ANGEL PEDRO.

 

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