Francisco Barreto

A LA QUE LE CALCE ESTA DESCRIPCIÓN, le puede poner su nombre

 

Lo terso y despejado de su frente.

La rutilante luz de su mirada;

todo es ritmo, todo es cadencia de astucia instintiva.

Es un vaivén de olas blancas, espumosas

y en cada paso que avanza

sin languidez, sin quebranto de la voluntad

reclama la posesión del espacio que la rodea.

Se apodera del aire y de la brisa que besa su faz risueña.

Hace suya la blanca luminosidad del día

y sus mejillas semejan dos pomelos rubicundos por el sol

como un par de besos de carmín

Sus ojos grandes y fijos, algunas veces ausentes

son centinelas de su vida menguante

los que parpadean al compás de un espíritu que indaga

desdeñando las vanidades del mundo

y pensando solo en las cosas del universo eterno..

¡Oh! sutil visitadora del alma mía.

Con su voz ancha y su respirar delgado, lejano.

Aprovechando cualquier instante

para expresar su delicada humanidad

en franco contacto con el mundo terreno.

Una cabellera lacia hace copa

a un cuello largo de cisne

cual blancura de alabastro

que apuntala sobre un tronco delgado.

Su cara es tersa y disimulada la belleza

que exhibe algunas veces vanidosa.

Una dentadura como empalizadas de azúcar

se enclaustra dentro de una boca

sutilmente cerrada como emblema

del silencio, de la palabra callada

y unos labios cárdenos y pulposos

destacan en la aurora toda luz

de su faz de sol, oferente y veleidosa:

¡Su inquisitivo misterio!

Sus senos móviles y turgentes en sus bases primorosas

yerguen como colinas que otean

sobre una inmensa depresión blanca

de exquisita anatomía.

Sus muslos redondos y abrillantados,

como pilares de su apetecible fortaleza

invitan a ser trepados

escalando de a poco y de a pasos lentos

a través de su límpido ramaje

cada hoja plegada y perfumada

del frondoso árbol de su remirada candidez

cifra y figura de cuanto se puede admirar

de la angelical y prístina creación de Dios.

 

Francisco Barreto