Año viejo, año nuevo: dos nombres para una misma superstición.
La muerte ensaya disfraces y la vida los acepta con cortesía. Los recuerdos no regresan: se repiten con otra máscara. La agonía es una forma puntual de la memoria; la ansiedad, una mala traducción del tiempo. El futuro —ese manuscrito ilegible— insiste en prometer sentido cuando apenas ofrece caligrafía.
La foto en el espejo seguirá allí, obstinada, intentando reconocerme sin lograrlo, porque no sabe quién soy y yo apenas sospecho quién fui.
El laberinto no está hecho de pasillos sino de pasiones relegadas, de decisiones que no ocurrieron y por eso perduran. Tal vez no buscamos salir. Tal vez el centro del laberinto es esta costumbre de mirarnos como si fuéramos otro.
Fernando Guerra
31 12 2025