Bajo la mesa vivía nuestro amor sigiloso y proscrito,
territorio clandestino de deseo tenue y exquisito,
arriba el mundo fingía su orden pulcro y bendito,
abajo latía el pulso de un secreto infinito,
un reino diminuto, febril, oculto y maldito.
Allí tu mano encontraba mi temblor desarmado,
con un roce mínimo, subversivo y calculado,
y ese amor escondido, tan breve y condenado,
me salvó de la nada y me dejó más cansado,
porque amar en silencio también deja su legado.