Habita en mí una melodía que no conozco,
una sinfonía sin director.
Es la banda sonora de la soledad que me acompaña,
el latido de una verdad que no quiero escuchar.
Salgo a la calle, a vestirme con el grito ajeno.
Me vuelvo el aplauso en la palma de los demás.
Hasta que el mundo se apaga,
y vuelve a sonar mi propia canción, que sigo sin saber cómo bailar.