Hubo un día
el mundo era un paraíso:
los hombres pájaros,
cantaban cada mañana;
en sus ojos,
las estrellas tintineaban
todo era fiesta y alborozo
el mar del corazón, un río niño,
que anunciaba tiernas alegrías.
Hoy el ser humano es un despoblado
abdica para siempre de sentido.
El hombre destrozó su espejo:
trajo la guerra con su idioma de hierro,
aniquilo la ética con políticas
se remontó como trueque de sombras,
promesas que firmaron el hambre,
la atrocidad y la desdicha.
Llegó el día en que incluso el agua
aprendió a faltar,
la sed tuvo nombre y calendario.
Los bosques cayeron
cual libros quemados,
y el aire fue testigo mudo
de nuestra prisa por arrasarlo todo.
Nada permaneció en su sitio:
todo fue una bestial pesadilla,
el mundo una tumba escarchada,
un hueco voraz que devoró la vida.