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Pasé el año sintiéndome solo en la tierra,
Con los pies firmes y la mirada siempre en alto.
El tiempo avanzaba lento, y yo aprendí a habitar la espera,
Como quien mira el cielo sin pedirle respuestas.
Entre tantas luces, hubo una que se distinguía.
No brillaba más fuerte, pero decía más.
Mientras las otras seguían su curso distante,
Esa parecía inclinar su luz, como si supiera mi nombre.
No hizo falta elegirla;
Sin anuncio alguno, el cielo me la confió por un instante.
Descendió sin romper la noche,
Sin dejar de ser estrella.
Era luz prestada, apenas cercana,
Lo suficiente para no sentirme tan solo en la tierra.
☆☆
Cuando estuvo cerca, entendí que no toda luz baja para quedarse,
Pero sí para transformar.
Ella era belleza en movimiento.
Una alegría que no se anunciaba, que simplemente sucedía.
Su presencia aclaraba los días
Y hacía más liviano incluso aquello que dolía.
Había en ella algo del universo entero:
La calma de lo eterno y la intensidad de lo fugaz.
Estaba hecha para amar,
Para dar sin medida,
Para iluminar sin pedir permiso.
A su lado comprendí que algunas estrellas
No caen:
Solo se acercan para dejarnos una señal
En medio de la noche.
☆☆☆
Pero incluso las estrellas sienten el llamado del firmamento.
Hay luces que no olvidan su origen.
Cuando entendí que debía seguir su vuelo,
Abrí la noche.
Y la dejé volver al cielo.
Entonces comprendí que amar también podía ser esto:
Respeté su destino,
Y acomodé su luz
Donde aún pudiera alcanzarme.
Hoy la miro desde la tierra,
Sabiendo que hubo un tiempo
En que su luz y la mía
Compartieron la noche.
El año termina así:
Con la mirada en alto,
El corazón lleno,
Y la certeza de que algunas historias,
Aunque regresen al cielo,
También tienen un final feliz. ✨