Hoy volví a escucharte.
No fue nostalgia.
Fue esa pena seca
que se siente al ver un cuarto
abandonado desde hace años.
Pensé:
qué pequeño sigues siendo.
No por la edad,
sino por ese vacío ruidoso
que llenas con insultos
y tratos torcidos
como si herir fuera una forma de existir.
Te bastaron minutos
para confirmarlo.
Nada nuevo.
La misma inmadurez
envuelta en tiempo,
como un regalo que nunca aprendiste a abrir.
Tu amor propio
siempre habló por ti:
palabras huecas,
gestos sin raíz,
una tristeza que no profundiza
porque teme mirarse.
Creí que verte sería más difícil.
No lo fue.
No quiero hablarte,
no porque duela,
sino porque no importa.
No te odio.
No te desprecio.
Eso sería concederte demasiado.
Eres eso que queda
cuando algo ya no toca nada.
Si pienso en ti
no es por quien fuiste,
sino por lo que yo inventé
cuando necesitaba creer.
Lo único verdadero
que nació de nosotros
fue una historia que ya no me pertenece
y un encuentro que me llevó
a conocer a alguien que sí cantaba con alma.
Antes te deseaba el bien.
Hoy no te deseo nada.
Solo que la vida
te devuelva exactamente
lo que eres
y lo que das.
Y que aprendas,
si algún día puedes,
que crecer
no es cumplir años,
sino dejar de romper
todo lo que tocas.
Avi-