Se me ha contagiado una leve paz.
Tiene más de anestesia que de calma.
Incrustada, contamina mis entrañas
con su imposibilidad creativa.
Al que escribe y al que reza
siempre habrá de dolerles algo.
—Ama hasta que te duela— decía
la Madre Teresa.
A mí ya no me duele nada.
Hoy no hay nada que me pueda paralizar.
Eras como un recuerdo.
Exhausta nostalgia que se apaga lentamente.
Vive en cierta tarde en que escuché tu nombre.
Hasta la nostalgia se me ha agotado.
A mí no me duele nada.
Pero ya no puedo escribirte.
Te has dejado de nutrir de mi vacío.
Mi vacío se quedó sin ausencia.
Quizás eso sí me duele.