Me senté a la mesa con todos los cuervos,
la noche partía su pan final.
La ratona trajo pavo roído,
hecho en silencio, sin mirar atrás.
—“Mis cuervos”, dijo, “yo siempre los crié,
tienen saberes y posición”.
Pero aun con títulos sobre las alas,
giraban hambrientos sobre mi voz.
Y callé, y callé, no dije nada,
dejé que tomaran lo que guardé.
Entre risas negras y platos llenos,
algo de mí se quedó sin ser.
La ratona roe mi última parte,
migaja a migaja mi corazón.
Sostengo el plato, finjo estar lleno,
pero en el pecho crece el clamor.
No toda mesa es comunión,
no todo abrazo es lealtad.
Hay banquetes que llaman familia
a la necesidad.
Ya no callo más, hoy digo basta,
recupero lo que entregué.
Entre cuervos sabios y manos pequeñas,
salí de la mesa…
y desperté.