Rabiando
mantengo en vilo
el ímpetu quebrantado
y llagado del ser.
Las penas
se multiplican en los ecos,
invaden la sangre,
colonizan mis arterias
las pueblan de ausencia.
Nada avanza hacia mi pupila,
nadie cruza este páramo de ojos
mi mirada ha cosificado el asfalto
en sombras que se alejan.
Mis manos, hueso y temblor,
fracasan al intentar alzar
el fardo espeso de tristezas.
El silencio fermenta
el humo del recuerdo,
lo espesa,
lo vuelve inhabitable.
Todo se apaga
y el amor,
huye a galope por la piel.
La noche, interminable,
me ensordece,
me encierra
entre la angustia
y este desierto
que ya soy.