Al envejecer,
destilamos los recuerdos
vamos forjando de nosotros
nuestra propia opinión
elegimos los recuerdos que más
se asemejan a nuestro humor.
Si amamos al amor, endulzamos
aquellos que nos produjeron dolor
y si, proclive a la misantropía somos,
cargamos a cuesta los que producen
rencor.
Cuando hemos amado
aquilatamos en la distancia aquellos
momentos de sencillez y plenitud
y disminuimos esos instantes de heroísmos.
Si hemos, amargado vivido, y sentimos que nada
que agradecer tenemos, inmensos y terribles
recordamos esos percances simples
que habremos tenidos.
Destilar, como el mejor de los licores
el afán de la vida y el tránsito de vivir
y elegir lo que hay que agradecer a la vida
desechando toda amargura.
Es el mejor acto de envejecer y vivir la vida.