Un guerrero se acerca,
a la admisión de una puerta consagrada,
con mirada arrepentida...
Sin ceñirse a ninguna regla,
con gran docilidad,
cuando Dios le llama y obedece el alma...
Le requiere su espada,
y la transforma en el perfume de una rosa,
ardiendo su antorcha...
Con devoción suma,
una oración al crucificado le recitaba,
y tres veces la repetía...
¡Quién lo creyera!
que la paz protege su alma y ya no guerrea,
pues en Cristo tiene la gloria...