Lilia Molina

Memorias

Memorias

 

¿Cómo cambiar aquello que en el fondo no quiero cambiar,

sino volver a vivir?

Despertar y encontrar la mesa rodeada de toda mi familia:

la de ayer y la de ahora.

Sentarnos a platicar, a contar esas historias

que siempre nos causaron asombro y amor.

Tener a mis hijos en mis brazos como cuando eran bebés.

Ver a mi madre prodigando caricias

y poder abrazarla una vez más.

Mirar a mi padre con esa risa inigualable

que brotaba cuando estaba contento.

La mesa estaba dispuesta con el rico chile colorado,

hecho de carne de cocono,

ese cocono que antes emborrachaba mi papá,

como tradición,

porque decía que así la carne sabía más deliciosa.

Había una enorme bandeja llena de sopaipillas

y manitas de puerco hechas de harina azucarada,

que compartíamos con un espeso y delicioso champurrado.

Y, por supuesto, no faltaban los tamales,

hechos con tiempo, paciencia

y mucho amor.

Se pasaban las horas entre risas, plática y música,

esperando que el reloj marcara las doce de la noche.

Nuestro gran árbol navideño —una rama de mezquite—

adornado con bolitas de algodón y luces titilantes,

era toda una maravilla:

lucía grandioso en la sala

y llenaba el hogar de una magia sencilla e inolvidable.

Esos eran nuestros verdaderos regalos:

compartir nuestras risas, estar unidos,

bailar La Loba mientras las horas pasaban rápido,

tan ligeras,

como si el tiempo también quisiera quedarse con nosotros.

Llegada la hora, nos abrazábamos

y nos deseábamos todo lo mejor,

sellado siempre con un beso.

Y aunque la vida siguió su curso

y la mesa ya no es la misma,

todo sigue vivo en mi memoria:

porque el amor compartido

nunca se va del todo,

solo aprende a habitar de otra manera.

 

 

Lilia Molina Fernández 

#poetaseliciense

24/12/25