César C. Barrau

Destellos en la sombra

No debería, pero prefiero dejar constancia, no para el mundo (me refiero al mundo en general) sino para futuros escenarios por los que tendré que transitar sin remedio, o voluntarioso, o quizás apasionado, o quizás entusiasmado. Da igual, a estas alturas cualquiera de ellos produce miedo más que esperanza. Cualquier forma de esas y todas las otras las he conocido, o eso creo, y eso quizá constituya mi desazón, o, mejor dicho: mi “nausea” (al recordar uno de los esenciales).  El caso es que, si se trata de una de mis sólidas creencias, entonces no hay más que acudir a la esperanza, ya que absolutamente mi raciocinio ha cedido el poder al abandono que, en mi caso, ejerce contra mí un ostracismo descarnado, no permite que me acerque a recuerdo alguno en el que pudiera rescatar algo de mi esencia, de mi autenticidad. La voluntad es inocua; existe, lo sé, pero se trata de un mero instrumento polvoriento, algo podrido, es como si al cogerlo pudiera descomponerse. Después de discurrir por un pensamiento de ese nivel, prefiero no usarlo, dejar que el instrumento se recupere por sí mismo, quizá si le alcanza el viento y erosiona su pátina quebradiza, quizá si un buen instrumentista. Pero hoy no quería callar, silenciar esto que siento, he tocado solo por encima el instrumento, ha sido solo una caricia, sin invadir su estructura, lo suficiente que me permita escribir esta nota por propia voluntad, sin la injerencia de la angustia que se mete en los huesos, que impregna las paredes y huele a sótano. Quisiera decirte que, cuando lo leas, me refiero a ti, que seré yo después de salir de este laberinto, que procures un poco de respeto hacia el yo de ahora. Considera el esfuerzo empleado y, aunque todo te sonará como algo a poner en un hoyo bien profundo, antes de hacerlo, permite que te expliques a ti mismo, utilizando el tiempo, en esta ocasión a favor nuestro ¿Qué otra cosa podría ofrecerte desde aquí y desde ahora, sino es la verdad que experimento? Confío en que tus recursos futuros permitan un análisis detallado y que, en caso de que entre ellos exista uno que aplique luz allí donde las sombras son tan impenetrables, y esa luz sea capaz de adentrarse, ya me entiendes, de esas que no se quedan en los contornos, si no que alcanzan a desvelar colores, profundidad, signos de apariencia que delaten, tanto los estados emocionales como los racionales, en este caso confusión, compréndeme por favor, procura hacerlo meticulosamente, empatiza si puedes, aparta a un lado la compasión (dichosa compasión) y escríbeme una nota que describe el camino de vuelta, que digo el de vuelta: el de ida. Esa, esa es mi esperanza, es la cuerda que de aquí me saca. Si ya he consumido todos los métodos, si siento esta inercia al exterminio como algo tan agradable de ser abrazado y recibir el baño de almas. Entonces solo tú puedes rescatarme. Y dentro de un rato, luego, después, esta noche, mañana, la semana que viene, el mes siguiente, quizás en verano o traspasando de nuevo la cima nevada leeré tu nota con total atención: y si es verdad que el tiempo no existe (y es verdad) sé que lo estás haciendo ahora mismo, pues lo siento, tengo fe, confío en ti y te quiero. Si bien no tengo fuerzas y mi voluntad se está pudriendo, solo me queda cerrar los ojos y construir la creencia de que ahora estás allí, pero al ser tú, resultado del yo ascendido, a la vez te siento aquí conmigo, y que vas encendiendo y apagando la luz, a medida que me pierdo en el laberinto y me sacas de las sombras, y veo y no veo, una y otra vez esperanza.