Desde la vieja Castilla
viajé hacia el sur por amor,
la tierra con el olor
a azahar y buganvilla.
Vivo a la orilla del mar,
contemplando amaneceres
que es uno de esos placeres
que acostumbraba a soñar.
Sus bellas puestas de sol
engrandecen el paisaje,
cuando el cielo en su celaje,
forma un hermoso arrebol.
Observo frente a un canchal,
una recóndita cala
que, a la vista, nos regala
un inefable arenal.
Allí me siento a observar
columbrando allá a lo lejos,
un fulgor que en sus reflejos
es la mangata lunar.
Classman