De reino en reino iba,
De Dios en Dios adoraba,
De casa en casa vivía, luego las abandonaba.
Ciudad tras ciudad fundaba,
Una divinidad de bronce asentaba,
Monarcas de Ceda Reinaban,
Y ella servía como humilde esclava.
Por cada uno era exiliada,
Por firmes voces terminaba desterrada,
¡Pero niña, ya yo te avisaba! Debes gatear para poder amar.
Todo lo demás atrás dejaba,
llevando solo imitaciones de perlas bien logradas.
Sentía el vacío consumir su tenue llama,
Entonces otra ilusión montaba.
Recibida con promesas,
marginada por cumplirlas,
Sin entender la ingravidez de sus palabras,
Sin comprender la pesadez de lo que hacía.
¡Pero ingenua muchacha yo te lo repetía!
Debes sanar para caminar.
Monótono final para su cuento de hadas,
Predecible saber que en azules cataratas terminaban.
Con prisa lentamente el pueblo abandonada, a paso frágil sus huellas borraba.
Corría mientras tropezaba, sus recién nacidas piernas poco aguantaban,
Con miedo por la vida de su amado se esforzaba,
Hasta que otro infértil campo sus dedos tocaban.
En el climax de su abundante escasez,
A su paso de el punto final poner,
Pudo por fin comprender el mensaje que por años en mi versos le dejé.
Ya lejos de su devaluada dorada estatua,
Acepto el cierre de amarga estancia.
Muy tarde levantes la cara,
como consuelo me llevo la certeza de que aprendiste este enseñanza:
“No se puede caminar sin antes gatear, y debes de sanar para poder amar.”