I_KENNETH

Banalidad del Mal Cotidiano

El mal no entra gritando.

Llega puntual.

Ficha tarjeta.

Saluda con cortesía.

 

No mancha las manos de sangre,

las mancha de costumbre.

 

Es un formulario bien llenado,

una orden reenviada,

un no es mi problema

pronunciado con voz neutra.

 

El mal bosteza.

Mira el reloj.

Cumple protocolo.

 

No odia.

No disfruta.

No piensa demasiado.

 

Se limita a obedecer

para no perder el turno,

el sueldo,

la calma doméstica.

 

El guardia no golpea:

mira hacia otro lado.

El vecino no denuncia:

cierra la cortina.

El funcionario no decide:

firma.

 

Y así,

sin pasión,

sin rabia,

sin épica,

la crueldad avanza

como avanza la humedad,

lenta,

silenciosa,

inevitable.

 

El mal cotidiano

no necesita convicciones,

solo necesita gente cansada

que prefiera la paz

antes que la justicia.

 

No exige monstruos.

Le basta con personas normales

protegiendo su pequeño orden.

 

Se ejecuta en voz baja,

en pasillos bien iluminados,

en oficinas limpias

donde nadie levanta la voz.

 

Después se vuelve estadística.

Después se vuelve norma.

Después se vuelve \"así funcionan las cosas\".

 

Y lo más inquietante

no es reconocerlo afuera,

sino admitir

que vive cómodo

en cualquier conciencia

que aprendió a callar

a tiempo.

 

El mal no ruge.

Archiva.

 

Y cuando por fin miramos atrás,

ya no queda nadie culpable.

Solo un sistema

perfectamente atendido

por manos inocentes.