Bruno Gatica 1

Navidad

La Navidad llega aunque uno no esté del todo preparado, no pregunta si hay entusiasmo, si la casa está en orden o si el corazón tiene huecos que todavía duelen. Simplemente aparece, como una fecha inevitable que se vuelve espejo: lo que fuiste, lo que perdiste, lo que aún sostienes con cierta torpeza. Afuera todo se llena de luces, pero por dentro la claridad es distinta, más tenue, más honesta. Ilumina lo que uno preferiría dejar en penumbra: las sillas que ya no se ocupan, los nombres que ya no se pronuncian, las ganas que se gastaron con el tiempo.

 

Y aun así la Navidad tiene algo que empuja, una especie de costumbre colectiva que nos hace reunirnos aunque nadie diga exactamente por qué. Se prepara comida, se limpia la mesa, se acomodan los platos, y en ese ritual tan sencillo hay una intención que se parece al cariño, aunque no siempre sepamos demostrarlo sin torpeza. Hay risas que suenan algo más fuertes de lo necesario y conversaciones que sirven para evitar lo que de verdad se quiere decir. Pero también hay miradas que se entienden sin palabras, gestos discretos, manos que se posan en un hombro como diciendo “estoy aquí, aunque no tenga todas las respuestas”.

 

La Navidad no corrige nada, no borra errores, no devuelve lo perdido, pero suaviza un poco los bordes, permite que por un momento uno deje de ser la versión cansada que arrastra el resto del año y se convierta, aunque sea brevemente, en alguien que todavía cree que vale la pena sentarse a la mesa. La Navidad no nos salva del dolor ni detiene el tiempo, pero abre una pausa en la que todo parece menos definitivo. Es una tregua pequeña, casi frágil, donde los afectos encuentran espacio para respirar, aunque apenas sea lo justo.

 

Cuando la noche termina, no hay promesas grandiosas ni certezas nuevas, pero queda un rastro leve, como el olor de algo que acaba de apagarse y sigue tibio. Y quizá eso sea suficiente: saber que incluso cuando la vida aprieta, todavía somos capaces de acercarnos un poco, de compartir un plato, de escuchar a medias pero con intención, de sostenernos sin decirlo. La Navidad no cura, pero acompaña, y acompañar, a veces, es la manera más silenciosa de querer.