María…
Tu nombre, fresco como la orilla,
me hiere de calma y de sal;
es un faro que nunca vacila,
pero me arrastra a naufragar.
Tu cabello…
es un río de sombras dormidas,
un refugio de luna y temor;
si lo rozo, mi alma se inclina
como un rezo que sangra de amor.
Tus ojos…
dos abismos que el mar no contiene,
me absuelven y vuelven a herir;
en su marea mi fe se sostiene,
pero no sé si aprendí a vivir.
María del Mar, diosa y espuma,
promesa de luz y de ruina;
quien te contempla olvida la bruma,
quien te sueña… se pierde y adivina.
Y yo, sombra de lo que fui,
me entrego a tu eternidad;
pues aunque me pierda en ti,
solo en tu nombre sé naufragar.
Y si en tus mares no hallara abrigo,
quizás me pierda sin razón;
mas en perderme contigo,
encuentro mi salvación.
Tal vez no quieras mi canto,
ni mi voz te logre gustar;
pero si me aceptas un tanto…
quizás aprendas a amar.