Y llegaste tú
Aquella tarde de naciente otoño era gris la luz, entre una pequeña llovizna que apenas se oía.
Y entonces apareciste tras la puerta, con un brillo de mil soles que intensamente relucía.
Mi hogar se tornó alegre en segundos con tu presencia mágica, y traíste un cesto de bendiciones para cambiar mi vida.
Tu sonrisa susurrante y tierna era paz profunda, serenidad que sin querer todo lo envolvía.
Ojos de mar en calma, azules y atrayentes, me miraban con hermoso cariño... Gracias... Y regresó la armonía.
Francisco Gallardo Perogil