jesus alberto porras

El plato vacío del Alma

 

Te invité una noche,

no cualquier noche,

sino esa donde la mesa

aprende a esperar.

Todo estaba listo:

el pan respiraba,

el vino temblaba en la copa,

y el amor —ese que juraste—

se sentó primero.

Pero no llegaste.

Entonces el tiempo

se volvió escarcha,

y cada platillo

fue perdiendo el pulso,

como pierde el fuego

la palabra no cumplida.

Era Nochebuena

y la casa quedó vestida de ausencia.

Los platos servidos

miraban la puerta

como perros fieles

que no entienden el abandono.

Llegó el amanecer

con su frío despiadado,

pero dolía más

tu indiferencia

que el invierno en los huesos.

Te esperé —

no con los brazos,

sino con el alma cansada.

Y entendí, llorando hacia adentro,

que si ni la madre convoca tu regreso,

¿quién vendrá

cuando ya no esté?

Mis lágrimas

no hicieron ruido;

cayeron hacia adentro,

para que nadie las viera.

Solo el silencio

aceptó la invitación,

se sentó conmigo,

y comimos recuerdos

hasta dejar vacío

el plato del alma.