Romey

Cuento corto

Había vuelto a las andadas, y eso era bueno desde todos sus puntos de vista. Sus manos estaban pintadas de rojo. La primera escena de su nueva película casera había quedado perfecta. Su actuación frente al espejo había sido sublime. Qué magnífica idea interpretar a un crónico suicida, pensaba. El guión lo había improvisado casi por completo, y le había salido de perlas. Sin embargo no sentía alegría, ni siquiera un poco de euforia, sino pura angustia. Aunque eso no le impedía sentirse orgulloso de sí mismo, de su doble rol como director y actor, de su autocontrol y de su estilo sicológico

Era una maravilla ese inquietante poder de manifestar sus ideas de una manera tan directa, vívida, nítida como un instante inolvidable. El planteamiento preliminar al acto de actuar era ni más ni menos que simular la muerte del protagonista ayudándose de su ingenio, ahora tan hiperactivo, y también de la pintura roja contenida en un caldero situado bajo el bidé, ante sus pantorrillas, fuera del marco de la cámara de su móvil

Esta película prometía acabar siendo su obra maestra. Nunca antes se había sentido tan involucrado en el proceso de recreación de un estado mental tan extendido y propagado por todo el mundo moderno. La anterior tampoco había quedado mal, pero no había conseguido reflejar la abstracción surrealista en la que vivía entonces constantemente envuelto y deseando demasiado dejarla estampada en imágenes móviles. Faltaba una chispa para hacer la luz de un fuego que espantara la blanca oscuridad de la mente sin inspiración. Y esa chispa se había encarnado en una persona, pero no en una persona normal de carne y hueso, sino en una construcción mental. Comenzó imaginando una silueta difusa, oculta en el mundo de los espejos, como una manifestación extracorpórea de sí mismo, aunque no lo veía igual que a su reflejo, pues ya sabía que era un personage cinematográfico que estaba naciendo de su cuerpo astral y causándole a su contraparte física un pasmo semejante al producido por un relámpago inesperado

Era la primera vez que se tomaba tan en serio un arte que había considerado como menor, inferior a la poesía y al dibujo. Además ahora tenía bastante claro que era una forma de expresión más efectiva que la otras para sacar su imaginación a relucir provocando una amplia amalgama de emociones entre las que reinaba el desamparo. Pues sí, era obvio que nunca había conseguido identificarse tanto con un personaje de ficción. En ese momento yacía acostado en el sofá del salón, mirando en el techo diferentes fotogramas de la vida del suicida. Veía con claridad la fotos de su amada perdida para siempre, iba trazando la curva sensual de su sonrisa, la redondez de sus ojos verdes como olivas, y a la vez creando recuerdos, noches de embriaguez y placer en el lecho o donde les cuadrara, las discusiones acabadas en abrazos a falta de más palabras, cercanía que no terminaba de desmentir sus diferencias, hasta el punto en el cual ambos se dieron cuenta de que toda reconciliación era una rendición, una ausencia de valores fomentada por esa compartida necesidad de follar aplazando continuamente la eyaculación para omitir de sus mentes la conciencia del paso del tiempo. Al rato ya estaba llorando y se acabó durmiendo con las mejillas bañadas en lágrimas

Al día siguiente el actor, realmente afectado por el drama ficticio de su personage, decidió abandonar la película tras una discusión con el director, con el mismo tipo que después le confesaría estar muy de acuerdo en cancelar la grabación de la muerte del suicida, en rematar la obra apenas habiendo dado forma al primer acto, según sus propias palabras, a las que dotó de un tono bastante sarcástico, en contraste con su porte aparentemente magnánimo, o más bien indiferente a cualquier nefasto resultado fruto de su actitud de ausente presente, oscuro y lúcido platicando con su reflejo en verbo pretérito como si no fuesen ambos una sola persona sin futuro