No es el reloj quien dicta la partida
ni el calendario el dueño del destino,
es tu rastro de luz en la salida
lo que marca la huella del camino.
Hay un verso callado en cada hoja,
un secreto guardado en el vacío,
y un poema del alma se despoja
del caudal que nos lleva en este río.
No busques el final de la montaña
ni el eco de una voz que se haya ido;
la magia de vivir no nos engaña:
está en el pulso del latir vivido.
No estaba aquí la tierra prometida,
tan solo nos crecieron los enanos.
La realidad es terca y atrevida,
y siempre nos explota en nuestras manos.