Belisario Sangiorgio

El gaucho y la Patagonia, en seis poemas de Belisario Sangiorgio

 

I

yo abracé al olvido

en los cerros 

trabajé

desde el amanecer

hasta que el sol se iba;

con mí mano izquierda 

empuñé el cuchillo

y con la mano derecha 

me tomé fuerte

del brazo de Dios;

desgarrado 

por la hondura

de la soledad,

aprendí 

que el infierno 

nunca se sacia. 

 

II

caricia de tu mano sobre mi piel 

en la niebla helada del desierto; 

dijiste que los gauchos de ese paraje

me odiaban 

pero que la estepa y el río 

siempre iban a quererme; 

lo dijiste 

con tu sonrisa despreocupada,

y el sol naranja se había recostado 

sobre la quebrada del vado;

yo te veía desde lejos 

desde la tranquera

mientras caminabas 

mirando el piso 

en el pedregal 

de las ruinas de los indios

 

III

tuve en la sierra de Gualjaina

un buen compañero

que era joven

pero muy entendido,

que me regaló un cojinillo

 y que con su guitarra

tocaba alabanzas para Dios; 

él también 

cómo tantos de nosotros 

renegados 

quería huir 

sin saber de qué

y sin saber hacia dónde; 

le dijimos 

que no escuchara al diablo

le dijimos 

que se alejara de los bandidos 

que siempre solían llamarlo 

para tomar vino; 

pero él desoyó los consejos

y satanás 

le arrebató 

la vida de las manos. 

 

IV

nunca dejes tu ciudad por amor 

al final del camino igual 

estarás solo 

en un hotel junto a la ruta 

con las botellas rotas 

y las colillas de los cigarros 

en el piso de la habitación

 

V

perder la senda

buscando el cauce 

matar 

el miedo; 

guardar

el tiempo  

en la sombra 

de la quebrada

en el agua clara

de la cascada; 

sangre en la boca 

de mis galgos

por el llanto 

de la liebre. 

 

VI

con la primera nevada 

del otoño 

salimos hacia la Cordillera;

en el cielo 

la barda blanca

un auto viejo 

nos llevó

hasta la iglesia;

sobre la huella

de Colipilli 

en la arena

sembraste

lágrimas de miseria.