Otro día más, y una vez más
mi blanco rostro no halló la cálida luz del sol.
Y este frío me hace solemne.
Otro día más, de esos demás,
que en mi casa las luces apagadas están,
y la palabra es inexistente.
Solo estoy yo,
escribiendo “poemas” baratos sin razón,
pensando en cómo rimar
lo que siente mi turbado corazón.
En mis sueños recién miro el nunca más juntos,
siendo más elegantes que nunca antes.
Esas noches en las que trapo de lágrimas fui,
hay alguna que otra anécdota trágica:
abrazos que mi ser absorbieron,
fuegos que en mi piel ardieron.
Desalmados “versos” voy escribiendo,
porque cansado estoy buscando
un alma que no es para mí,
y en su sombra me estoy acabando.
El mal que a mi alma cae, mi vida percibe
como son las cascadas para un río,
como una lluvia para mi cuerpo,
como las ardientes lágrimas para mis mejillas.
Me lleva ese mismo agua al destino,
y voy navegando por el eterno mar
de mi triste lamentar.
Soy el nunca poeta…
y yo grito a los vientos de agosto
para olvidar las cometas que nunca pude volar,
hacia el azul cielo donde existe el infinito.
Mi pecho, hecho un destrozo,
así de enfermo aluciné:
que saltaba y las nubes tocaba,
que la luna abrazaba,
que por las estrellas viajaba…
ah, que de verdad me amaban.
Aluciné tanto y, al amanecer,
con el despertar de mis ojos, la ilusión perdí;
crecer y ver
cómo mis sueños nunca se hicieron realidad.
Soy el nunca poeta…
soñadores ahora desoladores,
reflejo eterno de mi soledad,
de espeso negro como noche.
Son mis ojos azabache,
clavados en el vacío sin fin.
Ojalá escribir todo en pasado,
para darme cuenta de que todo ya me ha pasado.
No tal vez porque muerto yo algún día esté,
lo único que en mi vida para siempre es:
la fe con que el cielo he anhelado.
Me acostaré a dormir,
y todo lo malo desearé
para que nunca me llegue,
y que el bien, en mi pecho,
como lanza titánica me atraviese.
No me es extraño extrañar,
de miedo temblar, como niño llorar,
por quien me hizo derramar;
solo fui auténtico cuando el infierno sentí.
Fue tu regalo el único que hubiese querido guardar,
tu bondad era pura y difícil de olvidar.
Tan buena y gentil… y yo, un bruto animal,
una bestia condenada a mi propio mal.
Mi mente me juega al error,
es burla del melancólico, del peor.
Y entre los dos, de aquella unión sin honor,
fui el roto, el traidor del amor.
No me queda nada más que dormir…
Porque en el cuerpo llevo un alma
que nunca tuvo lugar en el más allá.
Y así escribo yo,
sin un final feliz,
sin certeza, sin ninguna fortaleza,
porque soy el nunca poeta.