El Cronista sin puerto

Cantico seco.

Respiro por costumbre, no por fe,
el aire entra a golpes, no a permiso;
mi pecho es un tribunal sin ley
donde el pulso se juzga a sí mismo.

No fue dolor lo que me hizo así,
fue la vigilia eterna del espanto:
vivir atento al mínimo latir
hasta volver sospechoso el llanto.

La ansiedad no avisa ni se va,
no educa, no corrige, no razona;
muerde despacio, aprende a administrar
la ruina diaria de la persona.

Y de esa ruina nace la ira fiel,
no como fuego, sino como herrumbre:
no quema, no libera, no es cruel,
solo endurece todo lo que asume.

No hay causa alta.
No hay porqué.
No hay dios cansado ni destino torcido.
Solo este cuerpo que insiste en ser
cuando ya todo en él se ha rendido.

Si hablo, miento.
Si callo, también.
La palabra ya no alcanza al hueso.
No queda esperanza que nombrar:
queda el peso.
Solo el peso.