Eres esperanza que duele,
un coágulo discreto, minúsculo,
que navega por mi torrente
cuando imprudentemente te pienso.
Estás en todo
o en casi todo,
flotando como fantasmas
en el aire viciado de tu nombre,
pero estás mucho, muchísimo más
ahí donde callas.
Estás en mi fatiga de las seis de la tarde,
esa hora muerta en que busco dejarte
en cualquier esquina,
en el parque donde la dicha ajena
se toma de la mano,
y yo, sin embargo,
termino por encontrarte.
Aunque sea en esa forma
tan cobarde y tan mía,
de inventarte una ternura que no tienes,
de verte dulce
para no admitir lo obvio:
Que no sos nada más,
ni destino, ni puerto, ni salvación.
Solo eso.
Un riesgo latente
donde aguardo ese día
(que ojalá no sea lejano)
en que yo mismo
me cure de este querer,
para que no sea, por desgracia,
esta mala costumbre de quererte
la que encuentre, un día,
las ganas de matarme.