El cerebro, que ha vivido lo suficiente
estimula los impulsos eléctricos hacia la voz
y las tripas surcan el intestino hasta llegar al corazón.
La piel percibe todo aquello que no está bien
y los ojos pasan al subconsciente aquello que no ven.
La voz interactúa con los sentimientos,
hasta que el poeta se enfrenta al renglón.
Una vez allí, las letras disparan frases,
que se articulan en una melodía
que no está copiada en ninguna pauta musical.
Luego de desatar una vorágine inconexa
sobre la hoja en blanco
viene la razón a sopesar los impulsos;
a ordenar los párrafos y destacar lo esencial…
Envuelta en una nube
se desata un temporal
de impresiones y redacciones
y una vez que se agota el poeta,
viene la corrección.
Y si el poema tiene vida se corrige
y empieza a mutar en cada corrección,
porque el poema lo exige.
Corrección,
corrección,
corrección
hasta el infinito