La ortografía es decisiva.
La forma que le dé a mis grafías,
sea la que fuese, atrae una deter
minada cantidad de atención, y
la atención es, mantenida consc
ientemente, cuna del crecerse.
Hago esta entrada esta vez porqu
e, si subo la mirada hacia el estan
te postrero, ese que alberga parte
de mi biblioteca, observo un tomo
de ortografía, ese que la RAE publ
icó, el último, en dos mil y diez, qu
e leo como si fuera una novela por
que me gusta su estilo preciso, exa
cto, académico, esa perfección pura,
inmaculada, limpia, de la dicción a
cadémica; se me corren las palabras
al leerlas, y esa fluidez me produce u
n placer extraño, quizá inesperado —
y por eso lo leo, por el placer, no tant
o por aprender—.
La ortografía ase ke lo que escrivo se
ntienda, qel mensage yege, y ke, zi y
ega, pueda toqar, entrar al arma...
Son días tontos, estos; el tiempo está
tonto, las calles se engalanan tontam
ente..., los almacenes, sean de vestim
entas, de alimentos, de..., están tontos.
Todo es de otro color, de otra luz...
La ortografía, ahora, importa poco; to
do se entiende sin casi palabras, solo c
on los gestos es suficiente al mensaje,
al amor que, ahora, lo preside todo...