Me miro al espejo y no veo el presente, veo el eco de un llanto que nadie quiso oír, la huella de las manos que, debiendo dar abrigo, eligieron el golpe y el vacío para hacerme vivir.
Recuerdo el frío de la puerta cerrada en mi cara, el abandono de quedarme siempre del lado de afuera, mientras quienes debían ser mi puerto y mi calma me hundían la cabeza en el agua, intentando robarme las primaveras.
Me llamaron inútil mientras me colgaban del pelo, fui el error no deseado de un tiempo adolescente, un náufrago buscando piedad en su propio suelo, creciendo a la sombra de un odio impaciente. Un niño que aprendió a ser adulto antes que adolescente.
Hoy me juzgan por serio, por callado y distante, por no soltar palabras que el viento despoja, pero mi \"frialdad\" es el muro constante que cuida al pequeño para que ya no sufra, para que ya no escoja.
No lloro por el hombre golpeado, lloro por ese niño que algún día fui, y aunque mi piel esté de cicatrices marcada, no guardo rencor... solo aprendí a caminar.
Los abrazos que doy al saludar, quizá sean los que faltaron en mi niñez.