Me asaltaron tus labios
y me supo la vida tan a poco
que olvidé tus agravios
y acabé, como un loco,
cocinando tu boca hasta el sofoco.
Quise hacerlo despacio,
sin pensar en las fauces del futuro
para así darle espacio
a tu amor claroscuro
e irme haciendo a lo amargo del cianuro.
Pero tal fue tu ruego
que acabó exorcizando mi paciencia
y arrastrándome al fuego
donde un mar de violencia
regó mugre en la flor de la inocencia.
¡Cómo aullaba tu pecho
al sentir la eclosión de mi apetito
profanando hasta el techo!
¡Cómo ahogabas un grito
si me oías decir: «Te necesito»!
Terminamos muriendo
en la tórrida ciénaga del vicio.
Del pudor como atuendo
no quedó ni un resquicio;
de nosotros, tan solo desperdicio.
______________
En Suances, a las 17:27 del 22/12/2025.
© Creative Commons Attribution 4.0