He perdido mujeres eternas con nombres que suenan a azahar:
mi madre, mi abuela, mis tías del alma, mi prima que aún sabe volar.
Loli tejía el silencio con gracia, Rafalita encendía el hogar,
Leo rezaba con voz de ternura, y mi madre era el verbo: amar.
Mi abuela, raíz del recuerdo, el pilar que enseñó a sostener,
y María Jesús, la estrella temprana que partió sin dejar de nacer.
Todas fueron luna en mi noche, todas tierra en mi caminar,
todas llevan en mi pecho una flor que no deja de hablar.
No están lejos, no están muertas, aunque no las pueda tocar:
cuando cierro los ojos y lloro, es su voz la que vuelve a sonar.
Yo, sevillano de sangre y de duelo, hijo de tantas que no morirán,
camino llevando sus nombres como cantos que quieren brotar.
Porque el amor no se entierra, y el alma no sabe olvidar,
ellas viven en mi alma despierta, y en mi llanto que sabe rezar.
Antonio Portillo Spinola