Al ardor y pasión se embarcaron, en un volcán sanguíneo,
Ese par de juventud.
Envueltos en el espiral del devenir natural,
Comunicados a uno de los ciclos globales referenciales históricos,
Y fluyendo por el viñedo trémulo y delirante del placer eterno.
Desde el Adán y Eva, hasta el trompetista final y su femme fatale.
Par hecho unidad.
Toda la cosmogonía orgíastica habitando una pieza humilde de pintura desecha y sofocada por el vaho, con libros leídos y sin leer en una mesita lumínica.
Los atavíos encuentran la excusa perfecta para fugarse,
tal como un reo bonachón que cumple su pena con los ojos agonizantes de libertad y se despierta un día con la llave puesta y sus vigilantes muertos.
La intrépida memoria fotografía el éxtasis lascivo del ser e implora repetición en los aposentos derruidos del joven lector,
en donde convergen, por un breve momento (creo),
sátiros baquicos alados y sirenas diosas desnudas.
Y antes de partir,
una hoja arrancada de un libro de poesía firma el acta del ademán de una esperanza interna.