Oscar \"Chato\" Fuentes

\"Al fin del comienzo\"

Fue atravesando el recuadro de la puerta abierta

haciendo camino sobre el piso de madera,

subiendo por las patas de la silla que se contemplaba erguido

con postura ceremoniosa, balanceado tensamente

apostando la mirada en la ventana

que nunca pensó, terminaría siendo el cuadro de un cerro desértico;

flameando en tonos morados y amandarinados.

Acompañando su parada firme, pero en descanso,

sonaba el viento tosco, gutural y seco,

viajando por la nada del entorno y, aun así,

la entrada abierta a su espalda.

 

Su primer pensamiento fue la ironía, de estar ahí,

sin querer ritualizar un espectáculo; omitiendo,

el par de banquillos que hacían expectantes su ubicación

 hacia una cruz tallada rústicamente.

 

Hubo un momento en que transitó por la abstinencia,

donde un día temblaba por la necesidad,

encontró la incongruencia de los vicios empaquetados,

cualquier producto con algún gramaje,

terminó pudriendo la utopía de sus sueños,

la comodidad de los instantes, se convirtió en brasas,

sobre las que anduvo descalzo,

se terminó la angustia cuando recordó el último mate

que dejó servido.

 

Pensó – La libertad es de quien abandonó el deseo

de querer seguir alimentando el ego ajeno. -,

descompuso el propio orgullo para explicarlo

desde la parte de la mentira del valor social

o más triste aún,

el justificativo de los propósitos humanos,

la atención, el poder, la cúspide del mercado,

el anhelo de amor, la incondicionalidad,

encontrar el ideal o sentarse a esperar la suerte,

una ufanía abonada con las hojas caídas del mismo árbol

que se tienta con ser hoguera.

 

Con la sensación de fuego, empuñó las manos

para soltarlas en búsqueda del viento helado

lo extrañaba, sin hambre de apetecer nostalgia.

Cuanta mentira recordaba,

que cuando dejó de extrañar, algo en él dejó de sentir.

-  Solo son defensas -, se convencía,

sacudiendo la camisa en el pecho para volver a dejar caer la mano.

 

Inmutable, recapitula para encontrar el momento

donde más real se sintió,

en donde estuvo rodeado de tanta ilusión que el mundo parecía real,

solo vio rostros, para por fin acurrucar el olvido y desplegar la calma;

con un parpadeo lento, despojó de importancia a cada reminiscencia

y en su mirada abandonó a todos quienes fueran parte de su creación,

no existieron más, salieron por la puerta junto a sus latidos.

 

Se devolvió hacia sus propósitos,

 los dio como regalo en justa medida a la humanidad,

por haberle tenido; nada fue personal,

desde su mísera situación, lleno de control y valentía,

ofreció perdón en retirada mediante su viaje.

 

Hasta hace un momento

su pecho ya no apretaba, pero ignoró sus colaterales,

quiso acabar con el cinismo del disculpar,

con la urgencia de exponer al ser humano a las segundas oportunidades

o a la compasión de fallar, por el bien de la acepción del errar.

Solo aceptó por no herir más, para abogar por la bondad,

compensar la decepción y en algún intento carroñero,

proteger las esperanzas; devoró sus miedos,

sacó de una espiración sus emociones y en otro parpadeo,

perdonó … atendiendo a su insignificancia.

 

No se quiso detener en sus anhelos,

si tan falsas son las expectativas,

cuanto será que mintieron los deseos,

el hubiera y el faltaba, carecen de sentido cuando entiende

que nada existe fuera de la certeza del ahora,

dentro de la seguridad de otro día.

 

Sintió que pellizcaba la eternidad entre los dedos,

aun sabiendo que el universo entero tendrá cierre,

un punto del círculo que abre el arco

por donde saldrán destellantes

los últimos desastres químicos de pretensiones y privilegios.

 

Con el desaire mantendrá la gran ironía del amor,

el show de carne autoflagelante por excelencia que sostuvo durante su sabotaje,

ese ilusorio oasis sin escrúpulos que se forma de la necesidad

y se yergue sobre engaños, la tan vanagloriada guerra donde no hay arma ni terrenos,

solo una leve punzada constante en los pies y en los ojos.

 

En cierto momento encarriló su estoicismo, no sin antes,

darle pruebas, la más palpable,

fue actuar desde su apostura y gallardía,

ganando traumas disfrazados de aprendizajes,

corroborando que era el yunque

en donde depositaban los alaridos del martillo

deformando las creencias del hierro.

 

Desahució de su historial de culpa las veces que soltó e intentó seguir

transitando entre el rencor y las últimas cargas de inocencia,

era como si por primera vez en sus pensamientos,

 la ira y el enojo que lo traicionaban

se hubieran esfumado; se rindió por su libertad ante la claridad

de los hechos que no fueron suyos, de pie al palpito dolido del abandono,

contando el goteo profundo de las traiciones.

 

Redujo la deuda personal a dos instancias reveladoras,

La intención es un veneno casual que, dependiendo de la dosis,

puede ilusionar la confianza o martirizar al sujeto

que busca piedras de oro bajo un árbol,

en la comodidad del intento se gana solo porque nadie pierde.

La segunda es la crueldad con la que somos desplazados

cuando perturbamos las sombras,

nadie quiere quemarse en vida,

pero arden quienes pecan en la empatía y sirven.

 

Queriendo trizar su servicio al mundo

da por cerrada la cuenta, no se apega nada a su persona

porque nadie es lo suficiente en valentía

cuando toca soltar las riendas de las pasiones desbocadas.

 

Dio su oportunidad en darle sentido

a esos atardeceres rebosantes de intensidad,

en donde llegó a tener fe en que era parte … de esto,

esos segundos eternos donde la infinidad de su existencia

era la razón ecuánime que desenredaba sus telarañas

y alimentaba su ferviente búsqueda de belleza,

en esos latidos donde la tierra pierde confusión

y se prepara para estallar en la ausencia de pudores,

ahí donde pocos se fían del delirio de los astros

y son andantes entre sueños ajenos.

 

Ésta sería la última transmutación, contempla su última mentira

con su cuerpo posado ya lánguido, suave,

con un temple de piedra en su mirada

sintió en los hombros el primer abrazo de su oscuridad,

esta vez, sin dar espacio a esperar una chispa,

sintió fuego entre sus labios,

palpó con la lengua un resplandor circular que encegueció al desierto,

abrió levemente su garganta,

para dejar salir el concho de aire que le mantenía sintiendo,

con un soplido tímido, separa de si, con la perfección de una burbuja,

el ardor de sus dientes y, con esa sutil carga repelida,

su espalda comenzó a inclinarse hacia el suelo,

 sus ojos se desenfocaron de la ventana

y cuando sintió estar al centro de las patas traseras de la silla

tambaleó y se dio cuenta que el techo, no estaba más.