Ayudé a construir techos bajo los que no dormí,
encendí fuegos para inviernos que no eran míos,
y en el silencio de los que se fueron sin mirar atrás,
comprendí que la gratitud es un lenguaje que no todos saben hablar.
Siento esa nostalgia mansa, casi extraña,
no por los que se fueron, sino por las manos extendidas,
por esos tiempos que dediqué y hoy son distancia,
por las palabras que se hundieron en la herida.
No hay rencor en mi pecho, solo un pensamiento:
me asombra que el olvido llegue tan pronto,
incluso cuando se dio todo sin buscar nada a cambio,
soltando las manos que un día ayudaron a crecer.
Hoy acepto que fui
un actor de reparto en guiones que no eran míos,
y aunque la nostalgia a veces me atrapa,
entiendo que cada quien tiene su propio vacío.