En la tormenta que el Olimpo envía,
contemplo el rayo que los templos hiende,
y entre el granizo que feroz desciende,
la antigua Roma su dolor expía;
del Tíber fiero la corriente fría
por sus márgenes sacras se desprende,
mientras el pueblo, que su error comprende,
clama a los dioses en la noche impía.
¿Quién salvará este Imperio que agoniza
bajo el peso fatal de sus pecados?
¿Qué deidad hará oír nuestro lamento?
Imploro a ti, Mercurio, que desliza
tu gracia sobre pueblos desolados:
se nuestro César, calma el sufrimiento.